Puedo decirme del amor (que tuve): que no sea inmortal puesto que es llama, pero sea infinito mientras dure y me abrace aferrado a mi pecho, a mi conciencia y a mis países de cucaña.
Abro los ojos bifurcados, la oscuridad incendia mis pupilas dilatadas. Escucho a la gente allá afuera.
Cómo me dicen que muera, si yo como sólo agapantos y sueño cielos grises de cristal. Once de la noche en la capital del estruendo, la zona roja del deseo y la meritocracia del poder. Una pequeña esquina revoltosa de la pared que transcurre y se desliza por el mugre estrecho de la conciencia de mi casa.
Cuelgan esos proyectos guillotinados como herejes de la juventud. La gente corre. Quienes resisten su opio encarnizado con la razón, los que luchan por su crucigrama dominical; suponemos nuevas ideas trascendentales, que revuelcan los soches de la vía láctea para que el tren polar no se descarrile mientras hace su próxima parada durante el equinoccio del otoño.
Alcanzo a escribir mis últimas inconsistencias. La tipografía revuelta, la tinta desgastada por el sol de la llanura suramericana que resplandece bajo montañas de historia y tradición, que se acentúan en los colores pálidos – de tonalidades indistintas para mí, porque uno de mis conos no me apoyan ni a mí, ni a mi mirada. Soy daltónico.- de paredes obscenas que escuchan los latidos de los corazones ausentes a la fuerza, que pudieron haber estado presentes y persistentes si no fuera por esa desgracia sin ritual de crecer como pocos donde nacen muchos y se maduran todos.
-¿Quién sos?- Me decía tenue bajo una mirada inconclusa
-Quien tú quieras o desees. Eso no es importante- le dije a media voz, de esa que sale desde adentro, esa vibración ronca, triste y sobreexplotada.
Así veo la vida. Hay ocasiones en las que me detengo y no sigo, caigo, intento, fracaso, alcanzo, llego, parto. ambiciono, no llego, junto, no fallo, debato, peleo, miento, ¿no miento?, inmaduro, siento, espero, admiro, contemplo, no cicatrizo, explico, tropiezo y no aprendo; pero de un momento a otro las nubes se van y puedo ver mis pensamientos claros, trascendentales, coherentes y todo mejora: pienso mejor, es mejor y menos peor, o no lo sé, eso dicen.
Los tejados azulinos de mi infancia me recordaban mis turbaciones, más turbaciones, o menos turbaciones, eso ya no importa. Importaba la ebriedad del caso, que con sus expresiones sui generis y sus suaves cabellos, remontaban mis recuerdos a los anales del ser, revitalizados con su perspectiva y con un matiz de tersura poco ortodoxa para tan misteriosa mirada. La gente seguía gritando.
Las sombras vírgenes de sus pechos resbalaban lentamente mientras el zenit lunar nos abría la puerta y nos encontraba abrazados al alba y amarrados al poste de la tenue y cansada luz que titilaba sobre la sangre derramada de mis ancestros, quienes por su vida, o por su propia muerte, habían quebrantado las leyes naturales del hombre; querían encontrar una pequeña guardería en la eternidad de las almas.
Un silbido, un alarido y una poesía, fueron necesarios para desplegar la bocanada de maldiciones y desencantos en contra de ese paupérrimo ser, que a lo largo de la historia – de nuestra historia-, desde nuestros originarios y hasta el día de hoy, ha venido danzando descalzo sobre las brasas de nuestra conciencia, la de ella y la mía, naufragando nuestra mente sobre vacías y desgastados ataúdes que bajaban del cerro en procesión hasta el centro, cuando apenas asomaba el invierno en su entre pierna.
Insertaba sus delgadas extremidades queriendo hacer una pequeña caricia sobre mi pelo. Sin embargo, mi cabeza era espesa, enredada y difícil de adentrarse, como una selva virgen del amazonas donde la pantera y los zancudos tratan de sobrevivir.
Ella no sobrevivió, yo mucho menos. El hambre y la desesperación nos mataron. Ellos nos mataron. Yo me maté, ella murió, ella me mató.
Encontraron los cuerpos sin vida, eran las dos de la mañana. Alguien dijo que la escuchó decir luego de levantarse esa madrugada una frase trascendental, llena de optimismo, y a la vez con rencor, pensamientos y sobredosis: Hoy es un gran día para morir.